Hoy quisiera hablaros de una pequeña historia que me sucedió hace unos años, pero que aflora en ocasiones a mi memoria, recordándome que el verdadero aprendizaje se encuentra donde menos te lo esperas.
Hace algún tiempo, asistí a un curso sobre filosofía budista y meditación que duraba varios meses, y al cual tenía que desplazarme una vez a la semana en tren durante más de una hora.
El primer día de clase hicimos las presentaciones de todos los participantes y me senté al lado de un señor que, por lo que explicó, ya estaba jubilado y asistía a ese curso a pesar de ya poseer amplios conocimientos en el tema, porque nunca está de más aprender según él.
La clase prosiguió sin más y cuando ya nos despedíamos hasta la próxima semana, empezamos a entablar una conversación.
Curiosamente ambos teníamos el mismo trayecto de vuelta (aunque él aún vivía más lejos), por lo que nos propusimos regresar juntos y seguir hablando.
La verdad es que mi intención era la de volver leyendo un buen libro o, si me entraba el sueño, relajarme mirando por la ventanilla del tren y dejarme llevar si mis ojos se cerraban.
Pero no supe decirle que no puesto que ambos llevábamos el mismo rumbo, y francamente su conversación me parecía muy interesante.
Ya en el tren, y puesto que sus conocimientos de la filosofía budista superaba en mucho a los míos, se ofreció, si yo así lo deseaba, a hablarme durante el trayecto de todo aquello que yo quisiera saber y él pudiese explicarme. Y así lo hicimos.
Conforme fueron pasando las semanas entablamos una amistad más profunda. Creo que en el fondo, yo esperaba más nuestras conversaciones a la salida del curso, que el propio curso en sí.
Cuando ya llevábamos varios meses me explicó, que después de mucho meditar a lo largo de su vida, había llegado a la conclusión de que lo que le quedaba de ella deseaba pasarlo dentro de una comunidad budista, y así lo había estado preparando durante los últimos años.
Había vendido su casa (pues no tenía familia), regalado sus pertenencias, y estaba ultimando los detalles para dejarlo todo atrás y comenzar un nuevo camino, para el cual le había costado años tomar la decisión.
En su rostro se reflejaba convicción, aunque a la vez ese temor a lo desconocido que todos experimentamos cuando nos proponemos un cambio radical en nuestras vidas.
Yo podía entender este temor (porque en mi vida también tuve que cambiar radicalmente de rumbo), y estar de acuerdo o no con su decisión, pero era la suya y la respetaba. En realidad le estaba profundamente agradecida que hubiese compartido conmigo (con una extraña), la que posiblemente fuese la decisión más importante de su vida.
Poco a poco esos trayectos en tren fueron convirtiéndose en el mejor aprendizaje y compartí con él mis pensamientos y reflexiones más profundas (y creo que él lo hizo también conmigo).
En uno de nuestros viajes de regreso, me dijo que le faltaba aún algo por hacer, y era que todavía no se había podido desprender de los libros por los que sentía más aprecio, y sabía que debía hacerlo puesto que no se los podía llevar consigo. Así que me los quería regalar, si yo los aceptaba y así lo hice. Se trataba de los libros sobre los cuales habíamos tenido esas gratificantes conversaciones y me sentía emocionada al tenerlos. Aunque sabía que poco a poco yo también iba a tener que desapegarme de ellos.
Aún queda alguno en mis estanterías y, cada vez que los veo, esbozo una sonrisa y me acuerdo de él.
No he vuelto a tener noticias suyas y es probable que nunca nos volvamos a ver, pero espero que haya encontrado aquello que andaba buscando.......
! Gracias Enric por compartir conmigo esos enriquecedores trayectos en tren!
"El verdadero aprendizaje se encuentra donde menos te lo esperas"
Shira